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La Congregación Madres de Desamparados y San José de la Montaña, fundada por Madre Petra de San José Pérez Florido, nació por inspiración divina la Noche de Navidad de 1880 con la expresa manifestación del Obispo de la Diócesis: “Hijas, habéis nacido con el Niño Jesús…” y efectiva y jurídicamente el 2 de febrero de 1881 en Vélez-Málaga. La aprobación diocesana tuvo lugar el 25 de diciembre de 1881 y el Decreto Pontificio de Alabanza el 21 de julio de 1891.

 Se llama “Congregación de Madres de Desamparados y San José dela Montaña” para significar con el nombre de “MADRES” que sus religiosas, atraídas por la caridad, han de ser para los desamparados lo que las madres son para sus hijos por el amor natural. La Congregación está consagrada al Corazón de Jesús y a la Virgen de los Desamparados, puesta bajo el patrocinio de San José y Santa Teresa de Jesús y confiada a la tutela del Arcángel San Rafael.

El fin de la Congregación es la gloria de Dios y la santificación de sus miembros mediante la vivencia de nuestro carisma: vivir en la Iglesia el seguimiento de Cristo, configurándose con su actitud de caridad misericordiosa, de amor total que sale al encuentro de las necesidades materiales y espirituales para remediarlas, mediante la práctica de los votos públicos de Castidad, Pobreza y Obediencia y la observancia de estas Constituciones y del Directorio.

La fuente dinámica de la caridad misericordiosa propia de la Congregación es el amor ardiente y total al Corazón Eucarístico de Jesús que le imprime una impronta eminentemente cordial desde donde proyecta su acción apostólica. Amor filial a la Santísima Virgen a quien siente como Madre y de quien aprende su pleno abandono a la voluntad de Dios y su ternura maternal. Amor a San José como protector y guía de la Congregación, modelo de vida interior, fidelidad y servicio a Jesús y María.

La Madre de Desamparados es una mujer que vive una fe profunda, que se robustece y expresa en una oración intensa y perseverante. Su delicada caridad le hace estar disponible para servir en cualquier lugar del mundo a los necesitados. Con una confianza inconmovible en Dios, se siente humildemente fuerte ante las adversidades. No teme la austeridad ni el cansancio del trabajo, pues se goza por amor a Cristo en compartir la suerte de los más humildes.